Una historia de amor

Artistas condenados al silencio, películas y series mutiladas, obras de arte censuradas, monumentos decapitados y libros de historia tachoneados, todo bajo los criterios cada vez más recalcitrantes de lo políticamente correcto. Estos son los primeros estragos de la llamada “cultura de la cancelación”. Casi nadie lo externa, pero es generalizado el sentimiento de que ese afán desquiciado de vigilar y castigar atenta directamente contra la naturaleza humana misma. El sentimiento es especialmente doloroso entre aquellos osados que todavía se atreven a pensar, experimentar, crear y, en una palabra, vivir. Ante el hecho inexorable de que nuestras vidas, inscritas en el tiempo, están marcadas fatalmente por el error y por su enmienda: el arrepentimiento, la condenación eterna al infierno de la cancelación se siente como una violación de nuestro ser más íntimo. Se siente como una afrenta a nuestra libertad de decir estupideces, de enamorarnos de alguien que después odiaremos, de emborracharnos, despertar al día siguiente y jurar que nunca más volveremos a tomar, etc. Así es la vida, así somos: un torbellino de contradicciones. Y, gracias a Dios, tenemos al arte para ventilar esos universos ambiguos y veleidosos que nos tironean de aquí para allá, como hojas secas arrastradas por el viento. ¿Y de esos universos, cuál es el más paradójico, violento, caprichudo y, en otras palabras, el más terriblemente humano? El del amor, sin duda alguna, el del amor.

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Egon Schiele, Desnudo femenino yacente, 1917, Viena, Colección privada

Los personajes de las novelas de Bashevis se sienten tan reales precisamente por la fugacidad de sus decisiones y sus cambios repentinos de humor. En un momento están en la sala discutiendo sobre filosofía y pensando en preservar la fidelidad matrimonial y unos segundos después están en la cocina declarándole su amor a la esposa del otro. Algo curioso es que este escritor polaco de origen judío, que escribía en yiddish, incluso parecía tener un molde para sus protagonistas, un prototipo ya perfeccionado: un hombre de mediana edad que está involucrado con tres mujeres a la vez. Me podrás preguntar, ¿y entonces dónde está la naturaleza cambiante?, ¿dónde la contradicción? Y te podré responder: en la constancia de su inconstancia. Porque los personajes de Bashevis son víctimas de las circunstancias y, a la vez, agentes voluntarios de la maldad, personajes que viven desgarrados por los ires y venires de su propia voluptuosidad. Herman sobrevivió al Holocausto y ahora vive en Nueva York con Yadwiga, que fue su sirvienta en Polonia. Ahora están casados y forman el extraño matrimonio Broder. Ella no es judía, pero ¿qué importa la religión si Dios no hizo nada ante la masacre sin nombre que perpetraron los nazis? Mientras se rasura por las mañanas, Herman estudia su departamento en busca de una ruta de escape por si lo encuentran los nazis. En Polonia, gracias a la ayuda de Yadwiga, sobrevivió escondido tres años en un granero. A su esposa y a sus hijos los mataron. ¿Existe un orden en el universo si Hitler liquidó y Stalin sigue liquidando como moscas a millones de personas y nada pasa, nada cambia?, eso se pregunta mientras se acomoda la corbata para ir a trabajar. De pronto, piensa en la mentira que le tiene que decir a su esposa para reunirse con su amante judía en Brooklyn, Masha. Sólo pronunciar su nombre lo saca del sopor de esa vida estable pero inerte que lleva en su pequeño departamento de Coney Island. Con Masha sí siente pasión, con Masha se siente vivo; bueno, después del Holocausto no se atreve a decir algo tan audaz como que se siente vivo. Pero siente algo: deseo. Una fuerza que lo arrebata.

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Isaac Bashevis Singer, Enemies, A Love Story, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1988

¿Cuál es esa fuerza que mueve al universo? No puede ser el bien, pues este no existe, y bastará una sola palabra para comprobarlo: Hitler. Después de una sesión de sexo apasionado con Masha, le entran impulsos metafísicos y su religión lo hace delirar: “En el principio era la lujuria. El principio divino, al igual que el humano, es el deseo. La gravedad, la luz, el magnetismo, el pensamiento son todos aspectos de las mismas ansias universales. El sufrimiento, el vacío, la oscuridad no son más que interrupciones del orgasmo cósmico que crece siempre en intensidad”. En su vida tiene monotonía y drama, a su esposa Yadwiga y a su amante Masha. Tiene también el vacío de una existencia secular y el claroscuro de la tradición judía de milenios y milenios de historia. Pero no sabe qué significa vivir bien ni sentirse dueño de su destino: no puede abandonar a Yadwiga, porque ella no sobreviviría sola, pero tampoco puede dejar a Masha, porque la desea, quizá incluso la ama. De pronto, alguien toca a la puerta de su departamento, escucha un grito de Yadwiga y la ve palidecer como si se le hubiera aparecido un fantasma: es Tamara, su difunta esposa. Herman intenta razonar, pero desde que Hitler exterminó a 6 millones de personas en los campos de concentración no tiene sentido razonar. Se pregunta si alguien antes había estado en un embrollo como este y responde: “No. Trillones, cuatrillones de años tendrían que pasar para que esta combinación de circunstancias se repitiera.” Y se ríe. Yo también me río y lo contradigo: sí, todos hemos estado en una situación como esa. Todos hemos vivido una historia de amor. La espléndida obra de Bashevis, llena de personajes memorables por sus imperfecciones, nos deja una lección contundente para nuestros tiempos: en un mundo que ya no perdona ni el mínimo desliz, todos los que nos hemos enamorado, todos los que nos hemos equivocado o cambiado de opinión, todos merecemos ser cancelados.

#CancelBashevis

Autor

  • Lector y escritor de tiempo completo. Profesor universitario y creador de Cultura Mínima. “¿Y acaso no nos ha sido dada la vida para enriquecer nuestro corazón, aunque ello suponga un sufrimiento?” — Vincent a su hermano Theo, 9 de enero de 1878.

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