La historia está llena de países poblados por otros. Los extraños, los ajenos, los señalados. El territorio se ajusta a las necesidades de los hombres, se modula según sus exigencias. Las cronologías vitales se entrelazan hasta formar una telaraña: el mundo cotidiano puesto al servicio de la historia. Mathilde es una niña alsaciana que ha vivido sus primeros años entre hambre y esvásticas. Amín es un joven marroquí envuelto en una guerra ajena, utilizado como soldado, carne de mártir para una patria negada. Pero la guerra acaba y Francia es liberada. Ambos se conocen y juntan sus vidas, a pesar de sus orígenes, a pesar de sus diferencias. El tiempo de la paz deja paso al sueño. Es África, una parcela para cultivar la tierra, hacer crecer los árboles y multiplicar la familia. Y de repente el choque con la realidad, como si nunca hubiera estado allí, esperándola. El camino que Mathilde recorrerá desde la ilusión del amor hasta la sumisión de una cultura que borra todo rastro de individualismo va tejiendo una novela que duele. El otro como sospechoso, a ambos lados del Mediterráneo. Ser mujer en una patria de hombres.
El relato de Leila Slimani responde a la sencillez de una escritura sin complejos y a la grandeza de una historia que la autora nos hace vivir de cerca. Contar la vida de su familia es asumir también la cicatriz de los orígenes. Al igual que los personajes de El país de los otros (publicado en Cabaret Voltaire para lectores en español), la autora se sitúa en un cruce de caminos. Una identidad múltiple que enriquece el caleidoscopio a través del cual se reflexiona sobre la vida, un negar el yo hasta diluirlo en el odio. Slimani ha retratado los conflictos de una familia humilde que se ha ganado su futuro a base de trabajo. Y lo ha hecho sin heroicidad, acercándose al día a día, al sacrificio callado y a los pensamientos de una madre cuando contempla que su hija es, como ella, una extranjera en su propio país.

No debe de ser fácil testimoniar ese abismo, pero Leila Slimani lo cumple en el primer libro de una trilogía en ciernes. Mathilde explora en Marruecos una forma de servidumbre a la que están sometidas millones de mujeres en el mundo árabe. Obediencia al padre, al hermano o al marido, mera sumisión a las leyes de una religión extraña. El día a día silencioso, la disolución de la identidad a base de golpes, ignorancia y aislamiento. Mathilde se convierte en propiedad de los hombres, nadie la escucha, nadie la tiene en cuenta. Su tarea consiste tan solo en el cuidado de la casa y los hijos. Y el acierto de Slimani radica en el tono narrativo de su voz. Cuenta este relato íntimo sin ápice de exotismo, con la crudeza necesaria para hacer entender al lector occidental que las mujeres borradas de la historia, de las historias pequeñas y cotidianas, merecen ser escuchadas.
Una de las claves de El país de los otros es la difícil situación colonial retratada en la novela. A finales de los cuarenta y durante los cincuenta, Marruecos se independizó de la metrópoli. Fueron años duros, de atentados y secuestros, de represión policial descabellada: una guerra civil encubierta que partía el país en dos, en marroquíes y franceses. En ese tablero de ajedrez, la familia de Mathilde resulta doblemente enemiga. Por un lado, Amín debe soportar la vergüenza de estar casada con una francesa; por otro, Mathilde es vista como una vendida, alguien que decidió abandonar la cordura e irse a vivir como los salvajes a un país atrasado.

Es una lucha por la identidad también la que sufre su hija, confundida hasta el extremo, sin saber a qué parte de su ser representan los rizos de su pelo (que intenta ocultar), la forma de su cara y la lengua francesa que aprende en el colegio religioso para europeos. El miedo a sus orígenes marca un punto de inflexión en la novela, la balanza que parece inclinarse hacia la sinrazón, la tradición entendida como sometimiento, el trabajo atado a la tierra donde los obreros miran a las mujeres de la casa con desconfianza, las sombras de la noche y los desvelos de un futuro incierto. La disputa de Mathilde con sí misma ennoblece el relato, atrapada entre lo que ella ha sido: su educación, la fisionomía de sus pensamientos, y lo que su nuevo hogar espera de ella: una madre perfecta, una mujer de la casa que no se cuestiona más que lo necesario para satisfacer a su marido. “Hilo y aguja para las hembras”, como dijo Lorca en la tragedia de las hijas de Bernarda.
El mundo que plantea Slimani existe. El sufrimiento de las mujeres es real. Pero son sus testimonios los que sobresalen, por encima de la barbarie, de los golpes en la cara y del silencio con el que son esclavizadas. Por la experiencia de Mathilde corre la sangre de la escritura de Slimani. Su personaje decide encerrarse en un mundo hostil, aunque con ello descubra que los sueños no existen y que la vida es una sucesión de errores que heredan los hijos. Slimani, nacida en Rabat pero afincada en el corazón de Europa, salda una deuda con su abuela, venida de Francia hacia “el país de los otros”. Literatura y vida, la escritura también sirve para agradecer gestos de vidas pasadas.