Pieter Brueghel el Viejo: Proverbios flamencos

Las ingeniosas incongruencias de Ignatius J. Reilly

Lo cómico, según la opinión de los sabios, resulta de la sorpresiva yuxtaposición de incongruencias. Decía Aristóteles que la risa es propiedad de un ser racional. ¿Y por qué? Quizá porque sólo podemos reconocer una incongruencia si somos capaces, primero, de reconocer la congruencia detrás. Y sólo podemos reconocer la congruencia si abstraemos una situación de su realización concreta, es decir, si logramos trascender lo meramente factual. Debemos pasar de lo particular y concreto a lo universal, debemos ver lo que algo es en su esencia, aun cuando su existencia concreta no sea una realización perfecta de esa esencia. Las bestias se conforman con los hechos, con lo empírico, son literalistas natos. Los animales racionales necesitamos más, por eso escribimos y leemos literatura. Amamos la ficción, pues los hechos no nos satisfacen: necesitamos verdades.

Consideremos el caso de esa obra suprema de la comedia y orgullo de nuestra lengua, Don Quijote de la Mancha. ¿No es esta una larga serie de sorpresivas incongruencias? ¿Qué puede ser más incongruente que aquel pobre hidalgo que en su locura se lanzó a ser caballero andante? Desde sus armas “tomadas de orín y llenas de moho” a su flaco rocín que “le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban”; de su dama que es moza labradora “de muy buen parecer” a su escudero el inolvidable campesino Sancho Panza, todos los personajes y todo lo que ocurre en esta gran novela es inauditamente absurdo. Porque sabemos que un caballero andante debe ser fuerte, noble y gallardo, nos reímos del héroe raquítico de Cervantes; porque sabemos que una dama debe ser de noble linaje, nos reímos de que Dulcinea sea una humilde labradora, aunque esté de muy buen ver y de mejor tocar. Y porque sabemos que un escudero debe ser un joven aprendiz del oficio de caballero, nos reímos de que el suyo sea un campesino panzón y chocarrero.

Pieter Brueghel el Viejo: Proverbios flamencos
Pieter Brueghel el Viejo, Proverbios Flamencos, 1559, Berlin, Staatliche Museen zu Berlin

Un personaje quijotesco y que, a la vez, representa una especie de anti-Quijote, es Ignatius J. Reilly, el protagonista de la novela póstuma de John Kennedy Toole, La conjura de los necios (A Confederacy of Dunces). Aquí también el personaje principal está obsesionado con la Edad Media (en particular con el pensamiento del filósofo Boecio), a la que considera vastamente superior a la época actual. Aquí también el protagonista se embarca en una serie de absurdas aventuras, aunque en vez de ocurrir en las llanuras castellanas, ocurren en las calles de Nueva Orléans. Pero mientras que la locura de don Quijote consiste en vivir el ideal que profesa en la época equivocada, la locura de Ignatius consiste en profesar un ideal anacrónico sin conformarse a él. En una de las tantas libretas desparramadas en el suelo de su grotesca habitación redacta la gran obra que, según él, ha de juzgar a su siglo, y escribe: “Con la fractura del sistema medieval, los dioses del Caos, la Locura y el Mal Gusto ascendieron”. En la persona de Ignatius encontramos estos mismos tres dioses encarnados, pues es un hombre obeso, poco higiénico y estrafalario, cuya apariencia y comportamiento ofenden al buen gusto; en sus delirios de grandeza y paranoia desencadena una serie de situaciones caóticas que pronto se salen de control; y cada vez que sus iniciativas concluyen en un hilarante (pero esperado) fracaso, culpa a la diosa Fortuna, aquella que Boecio había identificado con la aleatoriedad y arbitrariedad que parece gobernar la vida de los hombres. Ignatius, pues, encarna el mismo mal que tanto critica: padece, en su persona y en su vida, la división de la que acusa al mundo moderno. Para los antiguos, el ser humano es un animal racional y, por ello, un animal social. Los incontrolables problemas gastrointestinales de Ignatius nos muestran una alienación de su animalidad, las tensas relaciones que tiene con todos (empezando por su propia madre) nos muestran la alienación de su sociabilidad y su desconexión con la realidad nos muestra la alienación de su racionalidad.

Mediante los cómicos disparates de la novela, John Kennedy Toole nos muestra los no tan graciosos disparates del mundo moderno: un mundo que peca, efectivamente, de aquello de lo que lo acusa Ignatius, y que, sin embargo, él encarna a la perfección. El peligro es que nosotros, hombres modernos igual que Ignatius, no seamos capaces de reconocer las incongruencias de las que se burla el autor. Que nos riamos de las incongruencias superficiales —Ignatius culpando a la madre por su aumento de peso cuando clara y descaradamente se acaba de comer media docena de hot dogs—pero no veamos las más profundas: el divorcio devastador entre nuestra animalidad, nuestra racionalidad y nuestra sociabilidad. Y si no podemos verlas es porque nos falta la visión de Boecio, porque hemos perdido la razón a tal grado que ya no podemos ver la congruente realidad. Sólo podremos ver nuestra humanidad fracturada si primero la podemos ver en su integridad. Y el problema es que estas dimensiones de nuestra humanidad no tienen sentido alguno separadas de las demás. Aisladas, nos parecen meramente arbitrarias; separadas del todo, nos parecen fruto del azar. Si el hombre es, como creían los antiguos, una versión pequeña del cosmos—un microcosmos—la división interna del hombre termina extendiéndose al universo mismo. Si el hombre está dividido en lo más profundo de su ser, también lo estará todo cuanto existe: todo es aleatorio. Tratar de crear orden de este caos—el vano esfuerzo del proyecto moderno—es tan infructuoso como las empresas absurdas de Ignatius; es tan estéril como el onanismo al que Ignatius tan frecuente y gustosamente se entrega.

John Kennedy Toole, A Confederacy of Dunces, London, Penguin Books, 2011

¿Nos está invitando Kennedy Toole a desesperar de la situación del mundo moderno? ¿Es esta división tan profunda que no puede ser sanada? Yo creo que no. No podemos olvidar que el trasfondo de esta novela es el pensamiento de Boecio. En el duelo entre la diosa Fortuna y la Providencia que narra en La consolación de la filosofía, la Providencia sale triunfante. En La conjura de los necios, a pesar de que las necedades de su protagonista desatan una serie de eventos fuera del control de los involucrados, todo termina inesperadamente bien para los buenos y mal para los malos. Las cadenas causales que sin aparente relación alguna se terminan cruzando (que es precisamente como Aristóteles define al “azar”) resultan estar providencialmente ordenadas hacia el Bien con B mayúscula. La novela misma gira en torno a la cosmovisión boeciana, que nos permite ver la congruencia que hace que la incongruencia nos dé risa. Si la realidad detrás de todo no es el nihilismo desesperante de la modernidad, bien podemos entender que esta novela sea una comedia, no en el sentido de ser un libro “gracioso” (aunque ciertamente lo es), sino en el sentido clásico, en el que se tiene un final realmente feliz.

Autor

  • Ingeniero en Computación por el ITAM, Maestro y Doctor en Ingeniería Industrial por la Universidad de Auburn. Casado y con tres hijos. Amante del bien, la verdad y la belleza. Ingeniero profesional de día y filósofo amateur de noche. Discípulo de Santo Tomás y de G.K. Chesterton. "Defender cualquiera de las virtudes cardinales conlleva, hoy en día, la misma emoción que entregarse a uno de los vicios" --G.K. Chesterton.

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